NEIDAN, LA PAREJA INTERNA

El Neidan (內丹), la Alquimia Interna taoísta, es un mapa secreto del regreso. Busca fabricar algo nuevo de lo viejo, recordar una condición anterior a la fragmentación. Su arte es refinar la conciencia hasta que pueda alojar al Tao sin romperse. Sin la transformación del operador no hay verdadera alquimia. En los textos antiguos se dice que el ser humano es heredero de tres tesoros: Jing, la energía sexual burda, instintiva que ha de ser refinada mediante el aliento y convertirla en Qi, la Fuerza, el amor que mueve el sol y las estrellas del Dante. Solo con esta última podemos tejer el Shen, el espíritu, que es, al principio, un alma que nadie incuba. El Neidan quiere reordenarlos. Es una inversión de la caída. Una reversión del exilio. Primero, el Jing se conserva. No se desperdicia en la dispersión, en la ansiedad, en la fuga constante hacia fuera. El cuerpo se vuelve un recipiente sellado. No tenso, no rígido: sellado. Como una vasija que por fin entiende su función. Luego, ese Jing se transforma en Qi mediante quietud activa. Aquí aparece el verdadero secreto: el Neidan opera por empuje y por retirada. No fuerza al fuego: lo apaga lo suficiente para que surja otra llama. El calor burdo se vuelve vapor, y el vapor se vuelve corriente. Lo que antes era hambre se transforma en órbita. Esa órbita es la Pequeña Circulación Celestial (Xiao Zhou Tian): la subida por la columna, el descenso por el frente. Pero no es una técnica mecánica. Es un río interior que solo aparece cuando el ego se ha cansado de mandar. Más adelante, el Qi se condensa en Shen. Pero Shen no es “espíritu” en sentido moral o religioso. Shen es lucidez viva. Es la mente que ya no se identifica con sus pensamientos. Es la mirada que no se aferra a lo que ve. Es la conciencia que se reconoce como espacio. Aquí empieza la verdadera alquimia: el refinamiento del alma. En los tratados clásicos se habla del “embrión de inmortalidad”. Algo dentro del practicante comienza a gestarse. Es una nueva identidad, una presencia sin forma, un núcleo que no depende de las emociones, de la historia ni de la carne. Ese embrión se entrega al mundo. Quiere habitarlo sin ser poseído por él. Se habla entonces de los Tres Campos de Cinabrio (Dantian): El inferior: la caldera, el instinto, la raíz. El medio: el corazón, la respiración, la marea emocional. El superior: la cueva del espíritu, la visión interior, el vacío atento. El Neidan es el arte de alinear esos tres fuegos sin que se devoren entre ellos. Es una ciencia del arder sin quemarse. El adepto de Neidan no busca poderes. No busca visiones. No busca “iluminación” como espectáculo. Se sienta como una montaña viva, se mueve como agua que recuerda su origen, respira como alguien que no tiene prisa por escapar de sí mismo. Y, poco a poco, algo se invierte: Es el vitriolo, el solvente universal, la flor inexistente y la reina pirata. La mente deja de dirigir. Y entonces ocurre lo más peligroso y más sagrado: la persona empieza a desaparecer sin morir. La pareja interna en el Neidan es una operación ontológica. Es el momento en que las dos corrientes primordiales dejan de enfrentarse y comienzan a reconocerse. Son las bodas mágicas. Los esponsales del Rey y la Reina En los tratados antiguos se habla del Dragón y el Tigre. El Dragón es el aliento que asciende, la conciencia que se libera de la densidad. El Tigre es la raíz que desciende, la sangre que recuerda la tierra. Uno tiende al cielo, el otro protege la cueva. Cuando viven separados, el ser humano está dividido. Cuando se encuentran, ocurre el verdadero matrimonio. Esta unión sucede en el verdadero deseo que es silencio corporal profundo. El cuerpo deja de ser territorio de guerra y se convierte en cámara nupcial. El abdomen ya no es solo víscera: es altar. El pecho ya no es solo emoción: es umbral. La cabeza ya no es torre: es cielo dispuesto a vaciarse. El taoísmo habla de Kan y Li, las bodas del agua y el fuego. Normalmente, el fuego está arriba y el agua abajo, como en la vida ordinaria: la mente arde y el vientre duerme. El Neidan invierte ese orden. Hace descender el fuego al reino del agua y subir el agua hacia el palacio del fuego. Para que evitando destruirse se fecunden. Fuego que asciende, agua que cae… Entonces aparece la Pareja. Es principio activo y principio receptivo dentro de un mismo ser. El que avanza y la que acoge. El que proyecta y el que gesta. El que nombra y la que calla. Sin esta boda interna, toda práctica es incompleta. Leiko Wu dice que cuando Dragón y Tigre se unen, “el verdadero plomo encuentra al verdadero mercurio”. El plomo es lo denso, lo que pesa, lo que ata. El mercurio es lo volátil, lo que escapa, lo que se dispersa. Al unirse sin destruirse se estabilizan. Se vuelven oro interior. La alquimia interna es una gestación real. No simbólica solamente. Algo se crea. Algo se organiza. Algo despierta. Un Yo desnudo de Ego. El Self La pareja interna aguanta firme en el buen combate. En la práctica profunda ocurre algo extraño: el deseo deja de ser hambre y se vuelve corriente vertical. La sexualidad deja de ser mera descarga animal o mera aspirina psicológica y se vuelve órbita. La emoción deja de ser tormenta y se vuelve marea. Transmuta. El espíritu aprende a estar sin escapar. En la tradición se dice: “Cuando el hombre interno y la mujer interna se reconocen, el Cielo deja de estar separado de la Tierra”. Eso es literalmente la pareja interna: el cielo reconociéndose en la carne, la carne recordando su origen celeste. De ahí nace el Embrión de Oro. Y es en el Mundus Imaginalis, en la Esfera óntica, donde empieza a dar sus primeros pasos y a desarrollarse. Basta una pequeña distracción, un mirar a otro lado para que el Rebis se venga abajo. El padre empieza a instruir al hijo único con calor gradual y atención constante con la disposición de quien entra a una cueva que no termina. Estamos en un huero cerrado, en el jardín primordial y el ángel preceda siempre nuestros pasos. El frío aprende a aceptar el fuego. El taoísmo lo llamó Xia Dantian, pero ese nombre es pobre. En realidad es el lugar donde el alma se vuelve densa y el cuerpo empieza a volverse sutil. Cuando la respiración desciende, cuando la lengua descansa en el paladar, cuando el perineo se recoge sin esfuerzo, el horno despierta. Primero aparece el calor falso: tensión, retención, voluntad. Eso dista de ser alquimia. Eso es ego espiritual. El calor verdadero es suave, gradual y no quema. Madura. El caldero es el cuerpo reunificado. Es el sistema que ya no lucha consigo mismo. Dentro del caldero se colocan tres fuegos. El Neidan cantando empuja. Sella las fugas. Cuando las fugas cesan, el mercurio deja de evaporarse. Y el plomo deja de hundirte. Entonces empieza la inversión del ciclo del tiempo. En la vida ordinaria, el tiempo es una flecha que desgasta: nacer, crecer, desgastarse, morir. En la alquimia, el tiempo se vuelve circular. Lo que estaba destinado a dispersarse comienza a concentrarse. Lo que iba hacia la muerte comienza a volver hacia el origen.

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