UN DIOS AZUL
FUDO MYO-O
Cuaderno de apuntes. Pluma y acuarela.
Ascendiendo los peldaños que llevan hasta el templo de Naritasan en Narita, cerca de Tokio, el dios Fudo se libera de sus prisión de roca para mirarnos fijamente a los ojos. Testigo mudo del combate entre la rémora y la salamandra es la primera vez que veo a este sujeto místico, tan querido para el escultor Toji, tan bellamente mostrado. Representa la forma airada de Buda. Su carne es azul ( Como la del niño Krishna ) su rostro es fiero, escupe llamas y lleva la espada del conocimiento KEN EN en la mano derecha, y una cuerda con la que inmovilizar a los enemigos de dicho conocimiento liberador en la izquierda. Este Teseo de Cipango es el Bodhisattva de la voluntad, del dominio de sí mismo, de la lucha contra la tentación y del sometimiento de las pasiones. Si hay un pecado, y esto lo sabe bien Fudo, ese es la ignorancia. Una de las últimas veces que vi a mi maestro de pintura Arashi san, este se refirió a esta divinidad y reconoció practicar su arte bajo su advocación: " De esta divinidad se desprende una fuerza que ejerce un poderoso efecto." Dijo." Tengo la seguridad de que la invocación a Fudo me otorga la facultad de pintar obras potentes. Antes de comenzar el acto de pintar así lo hago, y cuando trabajo le ruego que me transforme en él mismo. La divinidad se aposenta en mi cuerpo y la pintura se materializa. Esta creencia me acompaña durante todo el trabajo."
Yo mismo, debo confesar, he sentido en mi interior, en todas partes, muchas veces a Fudo: Al enfrentarme al lienzo, al saludar a la espada en la intimidad del Iai Do, al impartir mis clases, al mirar a la modelo, su blancura de leche y cal, refugio habitado, sabiendo que es preciso conservar, aunque sea con dolor, la esencia del cuerpo a través del gesto, hasta que un orden tan milagroso como indefinible acaba por conformar todo impulso, conjugando sexo y cerebro, mano y no-mente.
Fudo, en los lejanos montes japoneses, debe estar ahora mismo riéndose.
Cuaderno de apuntes. Pluma y acuarela.
Ascendiendo los peldaños que llevan hasta el templo de Naritasan en Narita, cerca de Tokio, el dios Fudo se libera de sus prisión de roca para mirarnos fijamente a los ojos. Testigo mudo del combate entre la rémora y la salamandra es la primera vez que veo a este sujeto místico, tan querido para el escultor Toji, tan bellamente mostrado. Representa la forma airada de Buda. Su carne es azul ( Como la del niño Krishna ) su rostro es fiero, escupe llamas y lleva la espada del conocimiento KEN EN en la mano derecha, y una cuerda con la que inmovilizar a los enemigos de dicho conocimiento liberador en la izquierda. Este Teseo de Cipango es el Bodhisattva de la voluntad, del dominio de sí mismo, de la lucha contra la tentación y del sometimiento de las pasiones. Si hay un pecado, y esto lo sabe bien Fudo, ese es la ignorancia. Una de las últimas veces que vi a mi maestro de pintura Arashi san, este se refirió a esta divinidad y reconoció practicar su arte bajo su advocación: " De esta divinidad se desprende una fuerza que ejerce un poderoso efecto." Dijo." Tengo la seguridad de que la invocación a Fudo me otorga la facultad de pintar obras potentes. Antes de comenzar el acto de pintar así lo hago, y cuando trabajo le ruego que me transforme en él mismo. La divinidad se aposenta en mi cuerpo y la pintura se materializa. Esta creencia me acompaña durante todo el trabajo."
Yo mismo, debo confesar, he sentido en mi interior, en todas partes, muchas veces a Fudo: Al enfrentarme al lienzo, al saludar a la espada en la intimidad del Iai Do, al impartir mis clases, al mirar a la modelo, su blancura de leche y cal, refugio habitado, sabiendo que es preciso conservar, aunque sea con dolor, la esencia del cuerpo a través del gesto, hasta que un orden tan milagroso como indefinible acaba por conformar todo impulso, conjugando sexo y cerebro, mano y no-mente.
Fudo, en los lejanos montes japoneses, debe estar ahora mismo riéndose.