LEE UN CAPÍTULO DE SERPIENTES Y PALOMAS !!!
LA CUEVA
Si la naturaleza toda fue el símbolo visual del soplo vital de la Gran Madre, es en algunos accidentes geográficos donde se hacía clara la presencia de la Diosa. La pareidolia – fenómeno psicológico por el cual un estímulo aleatorio se percibe erróneamente como una forma reconocible – dio especial significado a cuevas, que se asociaron con la matriz de la Diosa, montañas, asociadas con los pechos, y al elemento agua (en forma de río, lago, charca) por asociarse con los fluidos maternos. Por eso donde no se dan ni la cueva ni el agua puede haber iniciación.
La gran mayoría de las estatuillas que representan a la Gran Madre se han encontrado en cuevas. Entre el 30.000 y el 10.000 a.C. las grutas, las cuevas, las cavernas y toda cavidad en el interior de la tierra, fueron santuarios de culto a la diosa Madre, puesto que en ellas se creía entrar en el cuerpo sagrado de la Madre Tierra fértil, al que se atribuía el poder de devolver la vida en un ciclo. Es el Caldero de la sangre de los celtas que luego se transformaría en el Grial de las leyendas Artúricas.
La tierra acogía a los muertos en los enterramientos, por eso la tierra se consideraba transformadora y encontraban en las cuevas lugares sagrados de transformación, nexo del pasado y el futuro capaces de entrelazar a los vivos, a los muertos y a los nonatos. El útero de la Madre Tierra todo lo contenía y en él todo era posible, por ello en la profundidad se llevaban a cabo los rituales religiosos dedicados a la fertilidad y la muerte.
Las cuevas en la antigüedad se consideraban lugares sagrados: el útero de la Gran Madre, la madre Tierra. Por ello no es exagerado hablar de ellas como territorio sagrado. Fueron la sede de las primeras religiones. Entramos en una cueva y todo son latidos. Hay un trinar en el alma, un lenguaje de pájaros en la punta de la lengua. Los primeros santuarios en cuyas paredes se pintaba como rito de atracción de la fecundidad de la tierra, de las mujeres y los animales, todo ello vital para la subsistencia de los grupos humanos.
En el Paleolítico se adora al animal que procura el sustento. El objeto de adoración es la carne que procura y asegura la vida. Las proteínas que corren. Es una sociedad animista y chamánica. Después, en el Neolítico, se adora a la Diosa Madre, a la diosa Triple, la Diosa Blanca. El ánima del animal se representa entonces en las paredes de las grutas con sangre y hollín como un hombre que se adorna con los cuernos del poder, es Carnún y Cernunos, el cornudo consorte de la Diosa. La Sociedad es Matriarcal y fecunda. Los dos ciclos se unen. Los antiguos celtas elegían un esposo para la Diosa. Reinaban juntos durante ocho años. Entonces para que la tierra siguiera siendo fértil, los cielos se rompieran en aguaceros y la fertilidad, y por lo tanto la progenie y la subsistencia de la especie, fuera asegurada se sacrificaba al varón. Y la carne y la sangre del rey depuesto servían para alimentar a su pueblo que recibía el preciado alimento en medio de grandes celebraciones. Es el momento de hacer sonar las campana, se daba el milagro de la transubstanciación, y descendía la paloma y la serpiente renacía y mudaba de piel. ¿Me sigues? Reinaba soberana la Diosa. Pero entonces empieza a soplar una ligera brisa. De esas que son las peores. Imperceptible al principio pero que presagia una gran tormenta. Y comienza otro ciclo
¿Recuerdas el Eón de Osiris y toda la cháchara iniciática de aquel escocés thelemita y borrachín? Llega Apolo, el Logos Solar, el que hiere de lejos, el nacido en la lejana Hiperbórea, y mata a la serpiente Pitón en las cavernas de Delfos. Simbólicamente la Diosa y su poder generatriz ctónico es devuelto a las profundidades. Ha llegado un cambio de ciclo y ha venido para quedarse. Este ciclo heróico, pagano, se solapará con el ciclo cristiano. Nos queda la bruja, el caldero y el hombre verde. Es el egipcio Bes y el gran dios Pan. Es la fuerza desatada de la Naturaleza. El dragón, el trueno y la hiedra. La Madre se retira a sus aposentos y guarda el aliento.
La tierra era el comienzo de todo. En ella comenzaba la vida, ella contenía en sí misma la magia de los ciclos y de las cosechas, la capacidad de parir prados fértiles o dejar morir de hambre a los animales y a los humanos.
La vulva femenina como símbolo, ha sido adorada desde la prehistoria como la puerta de entrada y de salida del útero-mundo. Algunas pareidolias rocosas siguen atrayendo a los humanos en peregrinación. En India, en formaciones rocosas con forma de vulva los peregrinos ritualizan su renacimiento entrando y saliendo de las entrañas de la tierra. Saben quién vive en su interior. Saben que ahí dentro está la Madre.
La gran mayoría de las grutas, cuevas y cavernas, permanecen húmedas todo el año. Esta cueva en la que hemos entrado es espectacular porque el gran contenido de óxido de hierro de la roca hace que, en época de monzones, rezume al exterior agua rojiza, y sabes qué, podemos interpretarlo como una menstruación anual que acerca la Tierra a la humanidad como principio femenino creador de todo.
“aparentemente, todas estas cuevas-santuarios, estatuillas, entierros y ritos están relacionados con una creencia: la fuente de la cual mana la vida humana es la misma que origina toda vida animal y vegetal – la Gran Diosa Madre, la Dadora de Todo -, que sigue estando presente en periodos posteriores de la civilización occidental. Nuestros primitivos ancestros se reconocían a ellos mismos y a su hábitat natural como elementos íntegramente ligados al gran misterio de la vida y la muerte, y que por consiguiente, toda la naturaleza de e ser tratada con respeto. Esta conciencia, más tarde enfatizada mediante estatuillas de la Diosa, ya sea rodeadas por símbolos naturales como animales, agua y árboles, o siendo ellas mismas en parte animales, fue evidentemente básica dentro de nuestra herencia psíquica perdida. También surge como esencial el aparente temor y asombro ante el gran milagro de nuestra condición humana: el milagro del nacimiento encarnado en el cuerpo de la mujer. Visto a través de estos registros psíquicos primitivos, éste parece haber sido el tema central de los sistemas de creencias del occidente prehistórico.” Dice Eisler en su obra.
En nuestra cultura no son pocos los ejemplos de sincretismo que existen al respecto. Muchas son las ermitas, iglesias - incluso alguna catedral - que se han construido de forma aledaña a antiguas cavernas que sirvieron de adoración a la Gran Madre. - Es bien sabido que las culturas no se sobreponen unas a otras, sino que se van enredando. Si miramos la historia de la humanidad desde ahí, nos damos cuenta de que los cambios han ido surgiendo de forma orgánica con el devenir de los años y que la cultura imperante hoy, a pesar de esforzarse por hablar de dioses verdaderos, no ha sabido borrar del todo las creencias que le precedieron. -
Un ejemplo es la ermita ubicada en el Cañon del Río Lobos en la provincia de Soria, ermita templaria de san Bartolome, verdadero tálamo donde desvelar los castos misterios de las Bodas Sagradas. El enclave natural sobrecoge por su grandeza, sin duda en lugares así a los seres humanos nos inundan los sentimientos metafísicos, por ello nuestros antepasados prehistóricos eligieron las cuevas, sobre las que se construyó la ermita, para hacer pinturas rupestres que sin duda eran parte esencial de sus rituales místico religiosos.
He aquí el Arquetipo de la Matriz femenina.
Para Platón, la caverna es un lugar de ignorancia, sufrimiento y castigo, donde las almas humanas están encerradas y encadenadas, y de donde no pueden salir mientras no sean conscientes de las cadenas que las atan y aprendan a liberarse de ellas. El filósofo lo describe así en el Libro Séptimo de La República, uno de sus Diálogos más conocidos y comentados : “Imagínate una caverna subterránea, que dispone de una larga entrada para la luz a todo lo largo de ella, y figúrate unos hombres que se encuentran ahí ya desde la niñez, atados por los pies y el cuello, de tal modo que hayan de permanecer en la misma posición y mirando tan solo hacia delante, imposibilitados como están por las cadenas de volver la vista hacia atrás. Pon a su espalda la llama de un fuego que arde sobre una altura a distancia de ellos, y entre el fuego y los cautivos un camino eminente flanqueado por un muro, semejante a los tabiques que se colocan entre los charlatanes y el público para que aquellos puedan mostrar, sobre ese muro, las maravillas de que disponen.”
La caverna es, como vemos, una imagen del mundo y de la situación que viven la mayor parte de los seres humanos encarnados en nuestro planeta. En Platón, el simbolismo de la caverna entraña una significación no solamente cósmica, sino también ética y moral. La caverna, con sus sombras y sus luces engañosas, representa el mundo de apariencias que nos rodea y nos encandila a la vez que nos encadena e inmoviliza; un mundo irreal de donde el alma debe escapar para vivir a la luz del Sol la verdadera realidad, lo que es bueno, bello y justo.
Numerosos ritos de iniciación en todos los pueblos comienzan por el pasaje del aspirante a través de una caverna o cueva, materializando así lo que define Mircea Eliade como el “regresus ad uterum”. Esto ocurría, por ejemplo, en la celebración de los misterios de Eleusis, donde los iniciados eran encadenados en el interior de una gruta de la que debían evadirse para alcanzar la luz; y en las ceremonias religiosas instituidas por Zoroastro en la antigua Persia, un antro o caverna consagrada al dios Mitra representaba este mundo de sombras.
Los pitagóricos, siguiendo a Platón, llamaron también a nuestro mundo “antro” y caverna. Y Plotino, en sus Enéadas, comenta el mismo simbolismo en estos términos: “La caverna, para Platón, como el antro para Empédocles, significa, me parece, nuestro mundo, donde la marcha hacia la inteligencia es para el alma la liberación de sus lazos y la ascensión para salir de la caverna.”
Resumiendo, el carácter central de la caverna es un lugar de nacimiento, de regeneración y de iniciación. Es una matriz análoga al crisol de los alquimistas. La tradición china afirma que los inmortales frecuentan las cavernas, ya que allí nació Lao-Tse, y también la tradición cristiana nos dice que Jesús nació en una cueva y fue igualmente enterrado en otra. Entrar en la caverna es, pues, retornar a los orígenes para renacer purificado y poder ascender por el camino que nos va a llevar a la Vertical y al Centro.
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