ATAR ES DESATAR
SAKURAMBO
Carboncillo sobre papel
Un amigo me ha puesto delante una copa en la que, junto a unos higos, los dulces higos de otoño, había camarones pelados, los higos fríos y los camarones calientes, y la combinación es más que agradable.
Le explico:
" Este arte tiene su origen en el hojutsu, un arte marcial con el que, en el periodo Edo, se ataban a los fuera de la ley. No se ataba de las misma manera a un samurai, a un gangster yakuza, a una mujer o a un campesino. Cada atadura, cada nudo o ligazón tenía si significado. El cáñamo que canta y acaricia.
Por mucho que uno atienda a la la vida que pasa al lado, y se hace y deshace ante sus ojos, nunca termina de enterarse ni de la mitad. Ahora sé que el nawa jutsu, o arte marcial de la cuerda, que practicaba con mis maestros ninja, el irlandés Fanning, el sueco Munthe o el japonés Tanemura, era el germen del hecho artístico. Del combate a la perfomance y de ahí a los castos misterios del himeneo, a las luces del dormitorio.
En los primeros años del siglo pasado, los felices y atados veinte, Ito Seiu transforma con su pintura este arte marcial en arte erótico, adaptando las personas amarradas a propósitos sensuales y se convierte en el primer nawashi o maestro de la cuerda conocido, el padre y la madre del shibari.
Sólo la práctica nos permite sentir la caricia de la cuerda sobre la piel. Me gustaría que mis palabras fueran capaces de hacerte llegar una mínima parte de lo sentido. Un maestro de la cuerda convierte el mundo en extensiones de sus dedos, tentáculos que buscan cualquier pequeño rincón, como en el grabado "El sueño de la mujer del pescador" de Hokusai, que pueden tanto inmovilizar como acariciar. La persona atada se siente, por un lado expuesta y dominada, pero también protegida por un fuerte abrazo. Se siente, asimismo, por la inmovilización de los nudos, entregada a la más absoluta deshinibición. Libre al fín. Entregada a la vida. Criatura del ritmo, el placer mutuo y el abandono sensual.
En el shibari se da el "I shin den shin" o enseñanza de alma a alma. El corazón benevolente mecido en la tensa atadura que traspasa fronteras de carne. La comunión. La última cena.Una sesión que empieza con el primer roce de la cuerda no acaba cuando el último nudo gordiano es retirado o partido por la espada, tanto da. A veces miro a la gente y veo en ellos un mapa de caricias.
Este arte de la cuerda se convierte, con el devenir de las ataduras y las nuevas posturas que el cuerpo del oferente va formando, en kinbaku, la tensa cuerda de la vida, la hélice del ADN, la serpiente enroscada en la copa, el niño con alas en los tobillos.
Y las figuras colgadas se convierten en el ave Fénix que resurge de sus cenizas. La última vez, dicen, que fue vista un ave Fénix, antes de las modernas sesiones de Shibari, lo fue por un agente del emperador Rodolfo II, en una selva al noroeste de Bohemia. Un par de siglos antes, había sido vista por unos venecianos en una isla griega. El aire se calentó al incendiarse el ave Fénix y los venecianos temieron arder. Algunas plumas del ave, que volaron, incediaron las velas de toda la flota.






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