LA SAGA DEL SUECO


TRAVELER
Ilustración para la revista Madriz


El silencio es cósmico. Nos oprime el pecho, nos lleva en volandas hasta el final de la gran sala.
El Buda esmeralda está dentro de una gran urna de cristal. Está sentado. Mide más de dos metros...Su peso es de una tonelada. Sorprende la bellísima tersura del jade que huye del verde para tornasolarse de un gris perla seminal a un pardo vivo.
El gran Buda devuelve la mirada con gestos de piedad y ausencia de temor.
Y su boca es la de Jano, tan pronto es un hombre como una mujer. A pesar de su peso flota como humo azulado. Nos gustaría tocarlo pero nuestras manos no se alzan. Para llegar hasta aquí hemos tenido que atravesar la selva, subir 444 escalones y purificarnos en la gran sala del espejo.
Ya en el patio del monasterio uno de los monjes sorbe tallarines ruidosamente, como un remolino en el mar, metiendo y sacando del bol la cabeza voraz. Es el padre Maelstrom y nos devuelve a la realidad. Un grupo de lamas canta entre nubes de incienso.
Cuando empezamos a bajar el sueco me habla de los ojos del gran Buda. " Están entrecerrados, mirando hacia la punta de la nariz. Y esa es la verdadera mirada interior, la que busca lo que los taoistas llamaban el centro amarillo, el entrecejo. En el secreto de la flor de oro se enseña a mirar de esta manera para fijar la atención en un punto.  Si Buda cierra los ojos, no es Buda pues niega groseramente el mundo, y si los tiene abiertos, tampoco es Buda pues se abre excesivamente a lo exterior, a lo superfluo."


El mundo es demasiado pequeño. Skeld Skeldson es grande. Dos metros de armario ropero de auténtica madera de Sodermanland. Pescador, leñador, abandonó el hogar paterno a los diecisiete para nunca más regresar. Buscaba versos como buscaba mujeres de ojos oscuros.
El objetivo de Skeld es una brújula que señale cualquier horizonte lejos de cualquier parte. Siempre en camino hacia nuevos nidos, nuevas sensaciones. No hay ruta, solo destino.
Estableció hace años un código de comportamiento que mantiene de por vida. Romper máscaras como convencionalismos establecidos. El viaje para descubrir quienes somos en una vida de abandono y desencuentro.
Podemos imaginarle en Nashville con su atuendo de cow boy y una guitarra para iniciarse en un country imposible.
En el Paso coches viejos, mercadería, quincalla diversa, las inevitables oscas y cajas y cajas de bourbon. Corren tiempos inciertos. Uno puede permitirse el lujo de perderlo todo menos la cabeza fria. Mantiene una vitriólica discusión con don Genaro, uno de los caciques del pueblo. Acaba en la cárcel. En la celda tres ángeles del infierno presos intentan desnudarle y robarle. Los aplasta a todos. Paga los burritos y las fajitas a dolar. Los compra a través de la ventana. Una pasta...
Es un poeta de la acción, un Cravan de negro. Fue hooligan del Manchester y caravanero en Djibouti.
Este personaje de ojos serios y sonrisa franca ya no pretende ser fotógrafo ni periodista. Los viajes por el desierto le desgastan cada vez más. Viaja a España para descansar pero se encuentra con el pitón de un toro en unos sanfermines. El típico guiri de turno, vaya...un toro y una mujer. Las fiebres le pasan la mano y se le empiezan a notar los huesos del rostro.
Este buscador, este "flamboyant", este harén multilingue crea cenáculos y silencios.
En Nueva York conoce a un taxista llamado L,oiseaux que le lleva a vivir unos meses a un edificio destartalado en el Bronx. Está ocupado en su totalidad por toda una tribu africana, los Zambeles, dedicados al vudú del papá Guedé y al food track. Les regala un san Pancracio tamaño natural comprado en la calle Carretas de Madrid.
Vuelve a México. Hay tiempo hasta que llegue el Ragnarok. Vive en una casa desnuda y sencilla de un solo piso. El lugar es más un almacén que un hogar. Los olores se mezclan: Almizcle, capotes de toreo y estoques. Busca oro dentro y fuera de si mismo. En la calle al mediodía ve un caballo blanco que levanta una polvareda. Por la noche, el adiós de los coyotes y vuelta al camino. Torea por los pueblos vaquillas y pollos.
No sabe como puede enfundarse el traje de luces y moverse. Es un Frankestein de tablao. Y así nos encontramos


Estábamos a punto de abandonar el monasterio cuando un lama corrió tras nosotros. Bajo una gran estupa nos alcanzó.
-No os vayáis - dijo - el tulkú desea veros
Levanté una ceja. El termino empleado designaba a un lama de rango superior, a un Buda viviente.
- ¿ Un santo reencarnado desea vernos ? Tiene que haber un error.
-Será solo un momento. Después podréis volver a vuestra gompa. Por aquí, por favor...
Seguí el dedo del novicio y vi excavada en la montaña una lamasería que no había visto antes.
- La mente nublada no ve.- dijo el joven ufano ante su truco de prestidigitador.- Tu grande amigo parece una trompeta ragdong.-me susurró al oído.
Un portón se abrió hacia dentro. Vimos una larga estancia que terminaba en un altar dorado. Dos hileras de columnas sostenían la nave central. A ambos lados varias filas de monjes, cada uno de los cuales llevaba un tambor colgado a la altura del pecho.
Cuando nos acercamos al altar el tamborileo cesó con doble retumbar, sonaron entonces las campanillas y los lamas desaparecieron sin decir palabra. Frente a nosotros, sentado en la postura del loto, estaba el lama de los tallarínes, el ruidoso...
-Soy Parma tulkú- nos saludó - me reconoceis.
Y aquello, aunque ambos negamos, no fue una pregunta.


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