EL CAMINO A LA CASA CON ALAS
SKETCH
Pilot sobre Moleskine
Al Asad, el calígrafo, debía tener unos sesenta años. Había nacido en Larache. Su madre le llamó Uchicha y le enseñó a hablar el castellano.
Su padre le inició en el arte de la pluma de la hermandad Quadiriyya a la que pertenecía.
Una noche viajó hacia el Norte donde se casó con una española y engendró tres hijos. Viviendo en Madrid trabajó en uno de esos bares de los aledaños de la plaza de Santa Ana a los que se ha de llegar, invariablemente, pasando por la esquina de la calle del Príncipe. Siempre había pensado que si Dios creó el mundo con su cálamo pintando y permutando letras, nada había, ni más noble, ni más elevado que abrazar el arte de la caligrafía y completar los trabajos del padre. Supo que si escribías Habibi, "mi amor" hasta la extenuación, lo escrito y el calígrafo se convertían en un río.
La mente es un océano. Cuando la gota de rocío resbala por la frente se percibe que todo lo que está adentro está también fuera. Que hasta las estrellas imitan nuestra posturas cuando nuestra galaxia gira dejando en el oleaje el vaivén de su baile. El sufí Uchicha llegó a la conclusión de que el corazón humano vive de ese oleaje, cuyo conocimiento nos acerca a la orilla de la gnosis, concha del lenguaje en cuyo interior se esconde la perla que lo contiene todo, tejido tras tejido. Adentro.
Meditaba en todo esto mientras en la plancha doraba las sepias y aliñaba las setas con una salsa de aceite, limón y perejil.
Su temperamento se fue templando en los fogones, en los fuegos. Tenía facciones chatas y una sonrisa amable. No le era extraño a las calles de la vieja capital. Se desplazaba por las calles con la misma desenvoltura de sus antepasados nómadas y pastores.
Hacía rodar las jotas con la pronunciación suave de su madre. Como única posesión conservaba sus útiles de pintor.
Un día le visitó un jeque de su orden. Tenía largos bigotes herrados. " Veo que has dejado de pintar." "Le dijo." " No puedo pintar. " " Puedes. Y cuando lo hagas que la naturaleza domine tu obra. Si arrojas una vela a una hoguera ¿ Acaso puedes decir, eá, he matado la luz. ? Y ahora ponme un pincho de tortilla "
Aquellas palabras, vagas al principio, le hicieron comprender. Aquél hombre le estaba diciendo "Bórrate."
Entendió finalmente y buscó la luz, la cal, el color y el mar...Contempló el muro y cada vez fueron más frecuentes sus descensos del brumoso norte y de la piedra gris. Tuvo dos casas, varias colmenas y un sólo pincel.
También fue miembro de una orquestina que constaba de un rebab, una flauta y un tambor. Se vestían de naranja y verde y en sus turbantes se ponían ramos de azahar. Visitaban a los enfermos y a la señal de sus parientes arrancaban con melodías alegres que resonaban en vasos de agua de rosas colocados en lo alto de trípodes con el doble objetivo de perfumar el ambiente y expulsar a los malos djin de las raíces de los árboles.
Aquél día yo manejaba el fuelle en la fragua. Al Asad, mirándome, le dijo al jeque que ya iba siendo hora de llevarme a la academía.
-Crees que está preparado. No sé...
-Acaso no escribió Rumi: "Tomad el trigo y no la medida que lo contiene."
-¿ Tú qué opinas, español, sabes ya quién eres?
-Tengo una sospecha.-Respondí
-Bismilláh, mira que tipo más listo tenemos aquí...¿ Y quién eres tú si puede saberse?
-Soy un león durmiendo la siesta en la sabana, a la sombra, y que sueña que es un hombre.
Y así, un amanecer, a lomos de un burro y con los ojos vendados fui llevado por riscos y pedregales a la academia, a la casa con alas, a la casa de Suleimán ben Daud o Salomón, a buscar un pincel.
Pilot sobre Moleskine
Al Asad, el calígrafo, debía tener unos sesenta años. Había nacido en Larache. Su madre le llamó Uchicha y le enseñó a hablar el castellano.
Su padre le inició en el arte de la pluma de la hermandad Quadiriyya a la que pertenecía.
Una noche viajó hacia el Norte donde se casó con una española y engendró tres hijos. Viviendo en Madrid trabajó en uno de esos bares de los aledaños de la plaza de Santa Ana a los que se ha de llegar, invariablemente, pasando por la esquina de la calle del Príncipe. Siempre había pensado que si Dios creó el mundo con su cálamo pintando y permutando letras, nada había, ni más noble, ni más elevado que abrazar el arte de la caligrafía y completar los trabajos del padre. Supo que si escribías Habibi, "mi amor" hasta la extenuación, lo escrito y el calígrafo se convertían en un río.
La mente es un océano. Cuando la gota de rocío resbala por la frente se percibe que todo lo que está adentro está también fuera. Que hasta las estrellas imitan nuestra posturas cuando nuestra galaxia gira dejando en el oleaje el vaivén de su baile. El sufí Uchicha llegó a la conclusión de que el corazón humano vive de ese oleaje, cuyo conocimiento nos acerca a la orilla de la gnosis, concha del lenguaje en cuyo interior se esconde la perla que lo contiene todo, tejido tras tejido. Adentro.
Meditaba en todo esto mientras en la plancha doraba las sepias y aliñaba las setas con una salsa de aceite, limón y perejil.
Su temperamento se fue templando en los fogones, en los fuegos. Tenía facciones chatas y una sonrisa amable. No le era extraño a las calles de la vieja capital. Se desplazaba por las calles con la misma desenvoltura de sus antepasados nómadas y pastores.
Hacía rodar las jotas con la pronunciación suave de su madre. Como única posesión conservaba sus útiles de pintor.
Un día le visitó un jeque de su orden. Tenía largos bigotes herrados. " Veo que has dejado de pintar." "Le dijo." " No puedo pintar. " " Puedes. Y cuando lo hagas que la naturaleza domine tu obra. Si arrojas una vela a una hoguera ¿ Acaso puedes decir, eá, he matado la luz. ? Y ahora ponme un pincho de tortilla "
Aquellas palabras, vagas al principio, le hicieron comprender. Aquél hombre le estaba diciendo "Bórrate."
Entendió finalmente y buscó la luz, la cal, el color y el mar...Contempló el muro y cada vez fueron más frecuentes sus descensos del brumoso norte y de la piedra gris. Tuvo dos casas, varias colmenas y un sólo pincel.
También fue miembro de una orquestina que constaba de un rebab, una flauta y un tambor. Se vestían de naranja y verde y en sus turbantes se ponían ramos de azahar. Visitaban a los enfermos y a la señal de sus parientes arrancaban con melodías alegres que resonaban en vasos de agua de rosas colocados en lo alto de trípodes con el doble objetivo de perfumar el ambiente y expulsar a los malos djin de las raíces de los árboles.
Aquél día yo manejaba el fuelle en la fragua. Al Asad, mirándome, le dijo al jeque que ya iba siendo hora de llevarme a la academía.
-Crees que está preparado. No sé...
-Acaso no escribió Rumi: "Tomad el trigo y no la medida que lo contiene."
-¿ Tú qué opinas, español, sabes ya quién eres?
-Tengo una sospecha.-Respondí
-Bismilláh, mira que tipo más listo tenemos aquí...¿ Y quién eres tú si puede saberse?
-Soy un león durmiendo la siesta en la sabana, a la sombra, y que sueña que es un hombre.
Y así, un amanecer, a lomos de un burro y con los ojos vendados fui llevado por riscos y pedregales a la academia, a la casa con alas, a la casa de Suleimán ben Daud o Salomón, a buscar un pincel.
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