SENDAS A LOS ADENTROS
TSURU
Apunte
Tinta y pastel sobre Moleskine
Tokyo late y cambia de color como la cabeza de un pulpo. Me siento como la mujer del pescador pintada por Hokusai en un shunga. Me averguenza decirlo, pero la posibilidad de que los tentáculos de la ciudad me doblen como un tallo hasta tocar el fondo, resulta muy atractiva.
Mariko, nuestra amiga japonesa que trabaja en la embajada, nos baja a E. y a mi del tren bala y nos mete en un taxi. Volvemos del norte. Siempre al sur. Y nos abrimos para la ciudad.
Roppongi es un distrito de Minato y su nombre significa literalmente "seis árboles." Aquí, en un restaurante que parece una casa en mitad del bosque y bajo la sonriente mirada de nuestros acompañantes se nos sirve el corazón del tiburón. Está muy bueno. Su textura me recuerda cosas que comía en la infancia. La lluvia es infantil. Me abandono completamente. Reconozco que es en los abismos de la infancia de donde proceden los tesoros más valiosos. Toda perversión es infantil. Y yo descubro mi corazón de hombre lobo y añoro las balas de plata de los ojos de la dama.
Mariko es pequeña y flexible, fuerte, con mirada de basalto, fuma si parar. Quiere quitarme mi pañuelo.
De postre nos piden piruletas de escorpión maceradas en licor.
"Los insectos son fascinantes y muy nutritivos-dice-Son los dueños de la tierra. De cada diez animales ocho son insectos. Viven en el planeta desde mucho antes que nosotros, trescientos cincuenta millones de años.
Como los tiburones, muchos de ellos no han evolucionado en todo ese tiempo. Son perfectos.
Los grillos saben a pollo, las hormigas a arroz con vinagre. Aquí podríais comer larvas de avispa hervidas o grillos de campo de arroz o gusanos de seda fritos entre otras delicias."
Afuera la ciudad late como una víscera de labios rojos.
Pruebo y me convierto en un poeta de lo apacible. En un aprendiz de la cuerda.
Juego
E. y yo cantamos O sole mio para nuestros amigos japoneses. Nos aplauden. Un karaoke bárbaro.
Después hablamos del poeta Basho y de sus "Sendas de Oku." Nos lanzamos tras sus pasos y de repente estamos sentados en una choza a orillas del río Sumida. Mariko nos deleita con un haiku y posee la voz del poeta, se hace de nuevo con la subjetividad del deseo y la pasión, el pálpito estremecido del placer y el dolor, porque para el poeta vagabundo sólo hay "objeto" si es "objeto en el yo." No voy a citar aquí el poema. No voy a ser tan vulgar, tan previsible. Imaginad
El viaje nunca es el mismo.
No hay más verdad que el viaje.
Para Basho, su andadura es mera apariencia. Vagabundea, se mueve, se desplaza para permanecer quieto en un paradójico viaje donde nada ocurre...salvo la vida y la muerte. Es fácil descubrir en su prosa o en los fulgores tiernos y a veces irónicos de sus poemas que el viaje es siempre el mismo. Del vagido al estertor.
No podemos ser tímidos, no podemos dejar nada para mañana, no vamos a estar aquí siempre.
Basho pretende dar sentido-aun sin quererlo-con cada uno de sus pasos de peregrino al camino.
Disolverse en lo cotidiano para descubrir de ese modo lo maravilloso. Recorrer la senda serenamente sabiendo, ya, que el amigo que nos abrirá la puerta, la puerta última, vamos a ser nosotros mismos. O nuestra carne amante, tanto da...
A la mañana siguiente, todavía considerablemente achispado, me preparo mi batido de proteínas no en agua, leche o zumo de naranja sino en un generoso vaso de sake envejecido, con un halo dorado y un aroma maduro, suave, con nueces.
Tengo otra piruleta
Apunte
Tinta y pastel sobre Moleskine
Tokyo late y cambia de color como la cabeza de un pulpo. Me siento como la mujer del pescador pintada por Hokusai en un shunga. Me averguenza decirlo, pero la posibilidad de que los tentáculos de la ciudad me doblen como un tallo hasta tocar el fondo, resulta muy atractiva.
Mariko, nuestra amiga japonesa que trabaja en la embajada, nos baja a E. y a mi del tren bala y nos mete en un taxi. Volvemos del norte. Siempre al sur. Y nos abrimos para la ciudad.
Roppongi es un distrito de Minato y su nombre significa literalmente "seis árboles." Aquí, en un restaurante que parece una casa en mitad del bosque y bajo la sonriente mirada de nuestros acompañantes se nos sirve el corazón del tiburón. Está muy bueno. Su textura me recuerda cosas que comía en la infancia. La lluvia es infantil. Me abandono completamente. Reconozco que es en los abismos de la infancia de donde proceden los tesoros más valiosos. Toda perversión es infantil. Y yo descubro mi corazón de hombre lobo y añoro las balas de plata de los ojos de la dama.
Mariko es pequeña y flexible, fuerte, con mirada de basalto, fuma si parar. Quiere quitarme mi pañuelo.
De postre nos piden piruletas de escorpión maceradas en licor.
"Los insectos son fascinantes y muy nutritivos-dice-Son los dueños de la tierra. De cada diez animales ocho son insectos. Viven en el planeta desde mucho antes que nosotros, trescientos cincuenta millones de años.
Como los tiburones, muchos de ellos no han evolucionado en todo ese tiempo. Son perfectos.
Los grillos saben a pollo, las hormigas a arroz con vinagre. Aquí podríais comer larvas de avispa hervidas o grillos de campo de arroz o gusanos de seda fritos entre otras delicias."
Afuera la ciudad late como una víscera de labios rojos.
Pruebo y me convierto en un poeta de lo apacible. En un aprendiz de la cuerda.
Juego
E. y yo cantamos O sole mio para nuestros amigos japoneses. Nos aplauden. Un karaoke bárbaro.
Después hablamos del poeta Basho y de sus "Sendas de Oku." Nos lanzamos tras sus pasos y de repente estamos sentados en una choza a orillas del río Sumida. Mariko nos deleita con un haiku y posee la voz del poeta, se hace de nuevo con la subjetividad del deseo y la pasión, el pálpito estremecido del placer y el dolor, porque para el poeta vagabundo sólo hay "objeto" si es "objeto en el yo." No voy a citar aquí el poema. No voy a ser tan vulgar, tan previsible. Imaginad
El viaje nunca es el mismo.
No hay más verdad que el viaje.
Para Basho, su andadura es mera apariencia. Vagabundea, se mueve, se desplaza para permanecer quieto en un paradójico viaje donde nada ocurre...salvo la vida y la muerte. Es fácil descubrir en su prosa o en los fulgores tiernos y a veces irónicos de sus poemas que el viaje es siempre el mismo. Del vagido al estertor.
No podemos ser tímidos, no podemos dejar nada para mañana, no vamos a estar aquí siempre.
Basho pretende dar sentido-aun sin quererlo-con cada uno de sus pasos de peregrino al camino.
Disolverse en lo cotidiano para descubrir de ese modo lo maravilloso. Recorrer la senda serenamente sabiendo, ya, que el amigo que nos abrirá la puerta, la puerta última, vamos a ser nosotros mismos. O nuestra carne amante, tanto da...
A la mañana siguiente, todavía considerablemente achispado, me preparo mi batido de proteínas no en agua, leche o zumo de naranja sino en un generoso vaso de sake envejecido, con un halo dorado y un aroma maduro, suave, con nueces.
Tengo otra piruleta
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