DE AQUÍ VIENEN LOS QUE ESTÁN EN EL JARDÍN


AUTO RETRATO SOBRE UN LAGO DE SUPERFICIES TRANQUILAS
Acrílico sobre tabla-2000



Un camino es algo junto a lo que se camina. Los convoco por consolar mi imaginación con milagros antiguos, con sorpresas de otros tiempos. Quizá todo es que ahora que vamos perdiendo la capacidad de fascinarnos perdemos también la dulzura en el mirar.
Un camino se hace principalmente con un hogar perdido entre dos etapas, con un perro que ladra, con lamparas pequeñas, con un corto sueño, con un pájaro avisándole al sol de que ya es hora de ponerle algo de luz a la mañana.

Las tierras de Ki en la prefectura de Wakayama descansan  a los pies de los montes Kumano.  Kumano es Tierra Santa para los japoneses, como la Meca para los musulanes o san Pedro del Vaticano en Roma para los católicos, el lugar santo lleno de árboles enamorados, colinas que suspiran y teteras que silban como sierpes por donde los dioses Shinto descendieron a la tierra. La puerta a las Tierras Puras del Buda Amida están también aquí. Yo peregriné y aunque bárbaro, gracias a mi perfil griego, pude hacerme pasar por medio tengu y obtener vía libre. Cuando llegué amanecía claro y ancho y para quién como yo vive en estrecha calle y solo tiene la medida de ojo humano que solo ve las estrellas cuando las encuentra verticales, me sorprendió ver como pintaban la tierra largas pinceladas de verde tierno y tímido, como si la pintura fuera el efecto del fruto mismo.
El distrito entero de Kumano es venerado como un Mandala vivo, hogar, durante siglos, de hordas de ascetas y santones, de hacedores de milagros y de curanderos cantarínes con un pincel en la boca.
Los grandes templos de Kumano y la cascada sagrada de Nachi son para los japoneses lugares a visitar al menos una vez en la vida o en una respiración. Hasta el Emperador peregrina y quizá con el rabillo del ojo sea capaz de ver por un momento a uno de los grandes reyes dragones dándose un baño en la cascada.
En estas tierras Kobo Daishi, patriarca del budismo tántrico japonés Shingon, entró en eterna meditación en el monte Koya hace ya más de mil años. Y su presencia todavía puede sentirse en estas tierras, sobre todo si el corazón del peregrino ha vibrado con el sake de las posadas de los caminos.
En No Gioja, el gran mago, practicaba sus meditaciones taoistas en estas montañas y volaba de pico en pico cuando sentía el suspirar de una dama a kilómetros de distancia.
Los Yamabushi, mitad monjes, mitad guerreros, maestros de grandes artistas perdidos en la espesura, aquellos que hacen sonar grandes caracolas marinas para marcar su camino, sostienen que En No Gioja se les aparece calzado con unas sandalias trenzadas.
Es bien sabido que en Kumano el sonido y la visión pueden ser percibidos con la pureza de los días jóvenes, y que, aquí, las practicas ascéticas como bañarse en cascadas o caminar sobre las brasas conducen a la obtención de poderes sobrenaturales, paz mental y el ojo del niño al que nada se le escapa.
En esta tierra nació Ueshiba Morihei, el legendario fundador de Aikido, en 1883. Ese mismo año, cuentan, un Yamabushi llamado Jitsukage saltó desde lo alto de la cascada Nachi, en un acto final, convertido en un ala de cuervo, espermatozoide enamorado, en un acto de sutemi gyo, el total abandono del cuerpo y el alma en manos de lo Divino.
Saltó...
Y aquí empezaron los que están en el jardín.

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