LA DOMADORA DE LA SERPIENTE KUNDALINI

Varanasi
Sketch
Cuadernos de viaje




Una tarde de Domingo, paseando por el sotobosque inglés que va a Hereford y sintiendo bajo los pies una maraña de verdes crujientes, Vindra y yo encontramos una gran caracola marina a medio enterrar.
Al verla en sus manos, tan lejos del mar, su elemento natural, la sentí parte de si misma. Ella era aquella caracola. Era el loto y la luna, con sus brillos de nácar y su apenas apuntada húmeda vegetación.
Cómo un atributo de Visnú encarnaba el principio conservador de la naturaleza, porque la vida en ella era interior y porque lo armonioso y lento de sus movimientos así lo reflejaba.
Era su caracola oculta la que albergaba la luz y todo el conocimiento secreto de los Vedas, el salto de agua y el encendido del gas que alumbró Duchamp.
Éste mundo que nació del sonido y que adquirió forma gracias a la vibración de ese mismo sonido, guarda el vacío y las palabras sagradas que mantienen el fuego encendido en el interior de la caracola de Vindra, la sij, la domadora de kundalini, Sat Nam, que conocí en un puesto de cambio de moneda en Lóndres. Está en su interior el limo marino de donde brotó la vida.
Botticelli pintó a Venus en su nacimiento con sus atributos marinos. Yo soñaba hacer lo mismo con Vindra envuelta en un rapto de fuego.
Vindra me acercó la caracola. Mordí el cáñamo indio, mordí con los ojos abiertos, buscando el antiguo pacto de la sangre. La miré cómo si fuese la primera vez que veía algo en mi vida. Tenía el aire enrarecido de los que moran en el limbo de los comedores de loto. Un rostro afilado en el que brillaban delicados azules con el oliva: dedos de reventador de cajas fuertes, ojos negros, espesos, como pozos de petroleo que a veces cristalizaban y a veces bullían entre flamas tratando de contagiarme la beatitud de los sanyasin, los renunciantes dravídicos, que observan el mundo veladamente porque nada esperan de él después de habérselo comido de un bocado.
A su lado comencé a sentir la realidad como un espejo deformante, la digestión del ácido, el profundo éxtasis, lamparillas entre la grisalla, el glutén del águila y la sangre del león, la comunión del pan y la caracola.
El almizcle se conoce por su perfume Iba a susurrarle algo pícaro al oído cuando poniéndome el indice sobre los labios me invitó a callar. Tan vacío lo que iba a decir como el discurso de un coronel

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