CULTO PARA AMANTES
En mi país Octubre es el mes de la berrea. Podemos oír en la noche del bosque ibérico la llamada de los ciervos y toparnos con las huellas frescas de los corzos, lobos, zorros, hurones y demás fauna mientras buscamos setas. Como diría Mishima, invita a la carrera y la sangre.
Octubre es el mes en el que se reunen en el Gran Santuario de Izumo los ocho millones de dioses, Kami, de la tradición Shinto. De Japón traje conmigo muchas cosas: Inari sama, la raposa, Jizo bosatsu, el buda de los niños, y maestros que enseñan sin palabras.
La zorra, Kitsune, y otros animales como el tejón, Tanuki, pueden tener según la creencia Shinto, poderes divinos, con la facultad de adoptar la forma de hermosas mujeres. Hay innumerables leyendas de hombres incautos hechizados por mujeres que en realidad son estas perras bermejas, zorras de nueve colas ( kiu bi no kitsune )
Guardo en mi corazón el pequeño altar de la diosa Inari situado en la entrada a la explanada de los templos en Naritasan. Uno no la visita si no conoce su emplazamiento, si no anda perdido, o si no abandona la sendas trilladas y se da al vagabundeo.
Recuerdo también un templo, entre las callejas de Shibuya, Tokyo, que una noche J. y yo descubrimos casualmente, claro. En los escalones dormitaba un borracho. Si para un japonés educado es de buen gusto atar un hermoso corcel frente a una vieja choza, cuanto más no será dormir la mona a los pies de una diosa. Estoy seguro que era un verdadero trasunto de Inari sama que tuvo a bien escuchar toda nuestra conversación y vigilar nuestros pasos. Gracias diosa.
El Shinto es una religión de enamorados donde las rocas se atan en un beso y donde los bosques buscan tus suspiros. Borges, que visitó Japón en varias ocasiones, se entrevistó con un sacerdote de Izumo que le tomó por un peruano. Al volver a casa escribió el siguiente poema que tomo con sumo agradecimiento del blog "Margen del Yodo" del poeta mexicano Aurelio Asiain:
EL FORASTERO
En el santuario hay una espada
Soy el segundo sacerdote del templo. Nunca la he visto.
Otras comunidades veneran un espejo de metal o una piedra.
(...)
Hablo con libertad, el Shinto es el más leve de los cultos.
Guarda escrituras tan arcaicas que ya están casi en blanco
Un ciervo o una gota de lluvia podrían probarlo.
No dice que debemos obrar bien, pero no ha fijado una ética.
No declara que el hombre teje su karma.
No quiere intimidar con castigos, ni sobornar con premios.
Sus fieles pueden aceptar la doctrina de Buda o de Jesús.
Venera al Emperador y a los muertos.
Sabe que después de su muerte cada hombre se convierte en un dios que ampara
a los suyos.
Sabe que después de sus muerte cada árbol es un dios que ampara a los árboles.
Sabe que la sal, el agua y la música pueden purificarnos.
Sabe que son legión la divinidades.
Esta mañana he visto un viejo poeta peruano. Era ciego
Desde el atrio compartimos el aire del jardín y el olor de la tierra húmeda
y el canto de aves o dioses.
A través de un interprete quise explicarle nuestra fe
No sé si me entendió.
Los rostros occidentales son máscaras que no se dejan descifrar.
Octubre es el mes en el que se reunen en el Gran Santuario de Izumo los ocho millones de dioses, Kami, de la tradición Shinto. De Japón traje conmigo muchas cosas: Inari sama, la raposa, Jizo bosatsu, el buda de los niños, y maestros que enseñan sin palabras.
La zorra, Kitsune, y otros animales como el tejón, Tanuki, pueden tener según la creencia Shinto, poderes divinos, con la facultad de adoptar la forma de hermosas mujeres. Hay innumerables leyendas de hombres incautos hechizados por mujeres que en realidad son estas perras bermejas, zorras de nueve colas ( kiu bi no kitsune )
Guardo en mi corazón el pequeño altar de la diosa Inari situado en la entrada a la explanada de los templos en Naritasan. Uno no la visita si no conoce su emplazamiento, si no anda perdido, o si no abandona la sendas trilladas y se da al vagabundeo.
Recuerdo también un templo, entre las callejas de Shibuya, Tokyo, que una noche J. y yo descubrimos casualmente, claro. En los escalones dormitaba un borracho. Si para un japonés educado es de buen gusto atar un hermoso corcel frente a una vieja choza, cuanto más no será dormir la mona a los pies de una diosa. Estoy seguro que era un verdadero trasunto de Inari sama que tuvo a bien escuchar toda nuestra conversación y vigilar nuestros pasos. Gracias diosa.
El Shinto es una religión de enamorados donde las rocas se atan en un beso y donde los bosques buscan tus suspiros. Borges, que visitó Japón en varias ocasiones, se entrevistó con un sacerdote de Izumo que le tomó por un peruano. Al volver a casa escribió el siguiente poema que tomo con sumo agradecimiento del blog "Margen del Yodo" del poeta mexicano Aurelio Asiain:
EL FORASTERO
En el santuario hay una espada
Soy el segundo sacerdote del templo. Nunca la he visto.
Otras comunidades veneran un espejo de metal o una piedra.
(...)
Hablo con libertad, el Shinto es el más leve de los cultos.
Guarda escrituras tan arcaicas que ya están casi en blanco
Un ciervo o una gota de lluvia podrían probarlo.
No dice que debemos obrar bien, pero no ha fijado una ética.
No declara que el hombre teje su karma.
No quiere intimidar con castigos, ni sobornar con premios.
Sus fieles pueden aceptar la doctrina de Buda o de Jesús.
Venera al Emperador y a los muertos.
Sabe que después de su muerte cada hombre se convierte en un dios que ampara
a los suyos.
Sabe que después de sus muerte cada árbol es un dios que ampara a los árboles.
Sabe que la sal, el agua y la música pueden purificarnos.
Sabe que son legión la divinidades.
Esta mañana he visto un viejo poeta peruano. Era ciego
Desde el atrio compartimos el aire del jardín y el olor de la tierra húmeda
y el canto de aves o dioses.
A través de un interprete quise explicarle nuestra fe
No sé si me entendió.
Los rostros occidentales son máscaras que no se dejan descifrar.