EL HERRERO

EN EL CÁLIZ la TODO (DETALLE)
Mixta sobre lienzo-2010



Siempre me fascinó aquél viejo herrero. En Famagusta, el gremio de los forjadores se alineaba a lo largo de la calle que los hebreos llamaban Am Quatam " el pequeño pueblo". Había viajado a pintar un encargo y acabé de aprendiz de fragua.
Una y otra vez me deje guiar por mi vara hasta aquella calle poblada de estrellas y de gatos. Estudiaba detenidamente los gestos del herrero. Aprendía de memoria las fórmulas cantadas al fragor de los hornos.
Después, sobre mi mesa de trabajo, distribuía alambiques, retortas, escuadras, compases y pelícanos de vidrio, calendarios lunares y, claro está, azufres, mercurios y sales.
Seguía con atención las reacciones de mis experimentos, que a mí esperanzada mirada eran reflejo de la actividad del cielo sobre los minerales, los vegetales y los animales.
Había días en los que el desánimo sólo me permitía mirar por las ventanas de mi alojamiento en dirección al laberinto de callejuelas. Me preguntaba entonces sino estaría persiguiendo una quimera. Por eso, el primer día que vi cómo la fórmula "solve et coagula" desprendía las sales uniformemente y las agrupaba según la valencia en torno a lo que parecía ser un grado superior de materia dejando a la vista la roca abierta y la corona de cristal, la baya de luz, la rosa negra y el chisporroteo de la llama reconocí al herrero como celador de los misterios del universo. Aún hoy le doy gracias por haberme permitido beber de aquél agua primordial que cambió mi manera de ver y relacionarme con el mundo.
Aprendí a ver el color como una forma en cuanto que es una vibración de energía. Creo que, por ejemplo, el simbolismo de los tres colores, negro, blanco y rojo, en la obra tiene su razón de ser en una desconocida relación entre lo psíquico (emocional) y lo físico. Esto puede parecer una barbaridad. Lo importante no es la forma en sí, sino el proceso de la formación.

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