LA CIUDAD DEL DIOS AZUL

Khajurabo florece entre los años 950 y 1050. Las esculturas son muestra de un arte exquisito y enigmático. Los cuerpos parecen danzar movidos por un viento de otro mundo. Los escultores conocían el gran secreto. Sabían que la madre Shatki, la Primigenia, amaneció un día buscándose en un espejo, y luego en otro, y luego en otro. Y así devino el mundo. Nosotros también somos un espejo.
Shakti es el modelo último de toda imagen, así como el monte Kailás es el modelo de todo templo. En mitad de la selva duerme la ciudad de las bodas eternas. En mitad de la ciudad aparece una imagen de Ganesha, el dios elefante, hijo de Shiva y Parvati, el Dios antiguo que estaba ya en las sombras del mundo anterior.
En las esculturas la amada busca a su amante, coge su cabeza con ternura entre la manos, le envuelve con su cuerpo, ofrece sus caderas, se dobla. Su sonrisa expresa el deleite en la contemplación del amado, en la búsqueda y el deseo de hacerle sabio, de perfeccionarle, de tejer su alma, llevándole hasta un punto que sólo ella conoce. Él, inmóvil se dedica al gran juego. Este es el amor prohibido, el sexo mágico. Y esta es, quizá, la ciudad de Krishna, el Dios azul, que hace el amor a una mujer casada en mitad de la selva, rodeado por las "gopis", las servidoras, las vaqueras de Gokul.
Las bodas secretas se cumplen en los jardines de Vrindavan, mientras se baila la Rass-Lila. La selva y la montaña son el recinto de los dioses. Metafisicamente la mujer es activa y el hombre pasivo. El misterio femenino es redescubierto, todo aquello que es trascendente en la mujer, invulnerable en lo femenino, la esencia de lo ilusorio, el perfume almizclado, es lo que atrae. Para el escultor de Khajurabo la mujer ha de ser primero reconocida fuera para finalmente ser incorporada a la propia alma. Habrá que casarse con ella, si, pero en las bodas mágicas.
Shakti es el modelo último de toda imagen, así como el monte Kailás es el modelo de todo templo. En mitad de la selva duerme la ciudad de las bodas eternas. En mitad de la ciudad aparece una imagen de Ganesha, el dios elefante, hijo de Shiva y Parvati, el Dios antiguo que estaba ya en las sombras del mundo anterior.
En las esculturas la amada busca a su amante, coge su cabeza con ternura entre la manos, le envuelve con su cuerpo, ofrece sus caderas, se dobla. Su sonrisa expresa el deleite en la contemplación del amado, en la búsqueda y el deseo de hacerle sabio, de perfeccionarle, de tejer su alma, llevándole hasta un punto que sólo ella conoce. Él, inmóvil se dedica al gran juego. Este es el amor prohibido, el sexo mágico. Y esta es, quizá, la ciudad de Krishna, el Dios azul, que hace el amor a una mujer casada en mitad de la selva, rodeado por las "gopis", las servidoras, las vaqueras de Gokul.
Las bodas secretas se cumplen en los jardines de Vrindavan, mientras se baila la Rass-Lila. La selva y la montaña son el recinto de los dioses. Metafisicamente la mujer es activa y el hombre pasivo. El misterio femenino es redescubierto, todo aquello que es trascendente en la mujer, invulnerable en lo femenino, la esencia de lo ilusorio, el perfume almizclado, es lo que atrae. Para el escultor de Khajurabo la mujer ha de ser primero reconocida fuera para finalmente ser incorporada a la propia alma. Habrá que casarse con ella, si, pero en las bodas mágicas.