AÑO NUEVO EN EL PLANETA DE LOS SIMIOS


La garra fue transformada en mano por la evolución. No ocurrió lo mismo con el cerebro; el viejo cerebro reptiliano o sistema límbico ha sido puesto a salvo por el crecimiento acelerado de esa especie de excrecencia que es el neocórtex humano. Es evidente que la coordinación entre ambos deja mucho que desear.
El problema es arreglar semejante desequilibrio, esa mutación errática mal integrada con el paleocerebro. El no pedido don del pensamiento reflexivo nos echó del paraíso animal. Este es nuestro mayor logro como especie y nuestra maldición, porque si de esta chistera de prestidigitador nos viene todo el progreso, también lo hacen todas las angustias. El hombre piensa y por tanto teme y desea y sufre. El que nos gastó esta broma sabía lo que hacía. Ahora somos un trabajo por desarrollar capaz de volarse a sí mismo con el planeta entero. Está en nuestra naturaleza el matarnos los unos a los otros violentamente. La guerra está profundamente enterrada en la psique humana.
Gracias a los avances de la bioquímica y la ingeniería genética sabemos de moléculas capaces de alterar el funcionamiento de nuestro viejo cerebro al implicar ciertos radicales como neurotransmisores. El radical indol, por ejemplo, que está en la melanina, la acetilcolina, el Kykeon de los misterios Eleusinos y el LSD del doctor Hoffman, la tortilla simbolista y la pipa de Gerónimo. También la respiración consciente y ciertas prácticas meditativas.
Yo optaría por verter alguna de estas sustancias a mansalva en los depósitos de agua de ciertos estados, en el puré de aquellos políticos, en el potito de algunos prelados, muftis y mulláhs de aquí y de allá, en el canapé de caviar de los tiburones de Wall Street, a ver que pasa...
Que tengáis buena caza en este nuevo año, familia, y no consintáis que os metan el miedo en el cuerpo.

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