LEYENDO LAS RUBAIYATS

El día te lleva suave, gota a gota de sudor entre bofetadas de mosquitos. El viajero camina hacía un lugar que no ha elegido. No es consciente, pero él mismo es su última bala en la recámara. Un caballero del mar y del desierto.
! Ha errado tantas veces ! Pero solo se equivocan los hombres libres...
Oriente es un pescado crudo, piensa, en el que se vierte el limón del hombre blanco. Aquí la muerte sale barata. La moneda es la curiosidad y él sabrá ser generoso.
Para el viajero la palabra " Oriente" no es una mera referencia geográfica o étnica. Debe ser entendida en su sentido espiritual. Esa luz que cada mañana se levanta es la manifestación o epifanía primordial del ser, el sentido último de la búsqueda, el despertar de la intuición del corazón.
Para el jeque Abdú luz y ser se identifican y esta identificación es el eje central de su concepción del mundo. El viajero busca la luz con ojos de pintor. La luz nace de la luz de luces, origen eterno de todo lo que existe. Está en la naturaleza de la luz difundirse y en tanto que luz proyectada, la luz de luces es Gloria.
Es en esta gloria, según le ha enseñado el jeque de bigotes herrados, donde se encuentra la fuente de ese conocimiento oriental, pues conocer es dejar que el alma, pura luz estremecida, reciba la luz original, se ilumine, e iluminándose, ilumine lo que está alrededor. Si una tea es encendida bien podrá encender veinte más.
El universo es para los trabajadores de la fragua un verdadero entramado de luces de diferentes cualidades. Los hornos son una permanente batalla de amores, fugas y presencias.
El jeque le hace señas desde una mesa del café. Alguien está leyendo Rubaiyats de Jayam en voz alta. Cuando el viajero se sienta en el velador, Abdú arrebata de las manos el libro al lector y se lo pega al oído. El bigotón, alzándose como un telón, deja paso a la sonrisa del gato de Cheshire y dice: "! Callad, este libro habla!"
Oriente es un pescado crudo, piensa, en el que se vierte el limón del hombre blanco. Aquí la muerte sale barata. La moneda es la curiosidad y él sabrá ser generoso.
Para el viajero la palabra " Oriente" no es una mera referencia geográfica o étnica. Debe ser entendida en su sentido espiritual. Esa luz que cada mañana se levanta es la manifestación o epifanía primordial del ser, el sentido último de la búsqueda, el despertar de la intuición del corazón.
Para el jeque Abdú luz y ser se identifican y esta identificación es el eje central de su concepción del mundo. El viajero busca la luz con ojos de pintor. La luz nace de la luz de luces, origen eterno de todo lo que existe. Está en la naturaleza de la luz difundirse y en tanto que luz proyectada, la luz de luces es Gloria.
Es en esta gloria, según le ha enseñado el jeque de bigotes herrados, donde se encuentra la fuente de ese conocimiento oriental, pues conocer es dejar que el alma, pura luz estremecida, reciba la luz original, se ilumine, e iluminándose, ilumine lo que está alrededor. Si una tea es encendida bien podrá encender veinte más.
El universo es para los trabajadores de la fragua un verdadero entramado de luces de diferentes cualidades. Los hornos son una permanente batalla de amores, fugas y presencias.
El jeque le hace señas desde una mesa del café. Alguien está leyendo Rubaiyats de Jayam en voz alta. Cuando el viajero se sienta en el velador, Abdú arrebata de las manos el libro al lector y se lo pega al oído. El bigotón, alzándose como un telón, deja paso a la sonrisa del gato de Cheshire y dice: "! Callad, este libro habla!"