EL ROSTRO


Lo he visto muchas veces. Faz ve faz. Es de piedra oscura, de tierra roja. El mentón ligeramente inclinado, los ojos entreabiertos, contemplando lo que pasa dentro de su mente que no es diferente de lo que ocurre fuera, escuchando los pasos de la virgen que llega a él a través de pórticos velados, de grutas y tumbas.
Es el rostro del desposado. Se adorna con una media sonrisa mezcla de placer y dolor, de sensualidad y éxtasis. Juega con su sombra. Sin moverse camina, va en busca de lo que ya ha encontrado, de lo que ya conoce.
Un lado del rostro está a oscuras. El otro vive en la luz. Este ha penetrado el misterio de la muerte. Lo sé. Lo he visto. Ha sido mordido por la serpiente.
Este rostro se asoma a todos los parajes. No hay camino que no recorra.Es padre de un hijo del espíritu, del amor sagrado y prohibido. Hurta sus hijos a la muerte. Ha buscado largos años en las raíces del árbol de la vida hasta encontrarse de nuevo con la amada perdida hace mucho tiempo.
Llora. Una lágrima es de él. la otra es de ella.
Este rostro fue esculpido en la piedra hace más de mil años en el templo de Khajurabo. Es el del Buda de Kamakura y el del autorretrato de Durero. Lo poseen la Gioconda y el fauno de Barberini.
Está en el autorretrato con paleta de Picasso y en los desnudos de Modigliani. Somos todos y es ninguno.

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