LA FIESTA O BONN
En una pequeña habitación iluminada por un shoji de color opaco, el maestro Iwao pintaba. Su cabeza redonda, sus ojos tranquilos, la facilidad de movimientos en los que nada dejaba adivinar el dolor constante que una herida de guerra le producía.
Era una acuarela de colores pálidos. En el borde de un risco, pude ver, destacándose sobre la niebla entre dos bambúes, un monje barbudo tendiendo hacia la corriente una especie de calabaza en la que esperaba poder pescar un gran pez gato que nadaba indolente. El pez era sin embargo demasiado grande como para entrar por la boca del recipiente.¿ Acaso el viejo intentaba representar el absurdo del hombre que intenta captar la verdad por medio del intelecto ? ¿ O era, mas bien, el símbolo de la absoluta vacuidad, de la no-forma, de la ilusión del pez y la calabaza?
Como hoy, nos acercábamos al 13 de julio. El maestro me dijo que cada año por esas fechas en Japón se celebraba la fiesta O-bonn, en la que los muertos vuelven a la tierra y se reencuentran con sus familiares. No conocía nada de semejante costumbre. Varios compañeros y yo accedimos a ayudarle esos días.
Primero, adornamos el altar casero, que consistía en un pequeño edificio de unos 50 cm. trabajado en madera y emplazado sobre un armario especial. Colocamos incensarios, y recipientes de agua, de arroz, dos velas y una campanilla de latón. Tenía unos cajones donde conservaba el registro familiar, los rosarios, los textos búdicos y los adornos funerarios.
La noche del 13 de Julio acompañé a Arashi san. Sacamos una tablilla que había permanecido oculta en el Kamiza. Tuvimos que buscar una hoja de loto en los comercios de East End para que hiciera las veces de plato de ofrendas. Al lado pusimos un platillo con un canastillo de frutos de otoño: Uvas, pimientos, durazno, batata...Con un pepino y una berenjena representó el caballo y el buey clavándoles cuatro palillos a modo de patas. Se suponía que los muertos deberían montarlas para su regreso.
En el crepúsculo llevando lamparas e incienso fuimos hasta la orilla del rio. Callejeamos por donde estuvo el teatro Globe de Shakespeare, por donde los osos Old Braw, Tattlered Raft y el Pretius boy, en combates organizados por las casas de apuestas trituraban las cabezas de los mastines como si fueran manzanas.
Encendió las varillas, recitó una plegaria y llamó a los muertos. Pidió perdón por haberse demorado tanto en recibirlos, por haber puesto a prueba su paciencia, y les dio la bienvenida. Acompañados por los muertos representados por las luces de las lámparas regresamos a casa. Creí ver la sombra de Spare. A fin de cuentas nos movíamos por su barrio. Parecíamos la más bizarra santa compañía.
Servimos una comida a los muertos: La cena luminosa, la velada del fósforo, el triunfo de la luz.
Y habitaron entre nosotros.
Al final del tercer día volví para acompañar a los muertos de vuelta al río. Con el caballo y el buey y todas las ofrendas envueltas en la esterilla de juncos, lejos de apresurarnos entretuvimos a los muertos entre nosotros.
Llegamos a la orilla antes de la noche. Quemamos allí los últimos restos del cáñamo y cuando el fuego se apagó, Arashi san deseó buen retorno a las almas diciendo: " Hasta el año próximo"
Tiró todo al agua, apagó las lamparas y volvimos a casa en silencio y sin mirar atrás.
Era una acuarela de colores pálidos. En el borde de un risco, pude ver, destacándose sobre la niebla entre dos bambúes, un monje barbudo tendiendo hacia la corriente una especie de calabaza en la que esperaba poder pescar un gran pez gato que nadaba indolente. El pez era sin embargo demasiado grande como para entrar por la boca del recipiente.¿ Acaso el viejo intentaba representar el absurdo del hombre que intenta captar la verdad por medio del intelecto ? ¿ O era, mas bien, el símbolo de la absoluta vacuidad, de la no-forma, de la ilusión del pez y la calabaza?
Como hoy, nos acercábamos al 13 de julio. El maestro me dijo que cada año por esas fechas en Japón se celebraba la fiesta O-bonn, en la que los muertos vuelven a la tierra y se reencuentran con sus familiares. No conocía nada de semejante costumbre. Varios compañeros y yo accedimos a ayudarle esos días.
Primero, adornamos el altar casero, que consistía en un pequeño edificio de unos 50 cm. trabajado en madera y emplazado sobre un armario especial. Colocamos incensarios, y recipientes de agua, de arroz, dos velas y una campanilla de latón. Tenía unos cajones donde conservaba el registro familiar, los rosarios, los textos búdicos y los adornos funerarios.
La noche del 13 de Julio acompañé a Arashi san. Sacamos una tablilla que había permanecido oculta en el Kamiza. Tuvimos que buscar una hoja de loto en los comercios de East End para que hiciera las veces de plato de ofrendas. Al lado pusimos un platillo con un canastillo de frutos de otoño: Uvas, pimientos, durazno, batata...Con un pepino y una berenjena representó el caballo y el buey clavándoles cuatro palillos a modo de patas. Se suponía que los muertos deberían montarlas para su regreso.
En el crepúsculo llevando lamparas e incienso fuimos hasta la orilla del rio. Callejeamos por donde estuvo el teatro Globe de Shakespeare, por donde los osos Old Braw, Tattlered Raft y el Pretius boy, en combates organizados por las casas de apuestas trituraban las cabezas de los mastines como si fueran manzanas.
Encendió las varillas, recitó una plegaria y llamó a los muertos. Pidió perdón por haberse demorado tanto en recibirlos, por haber puesto a prueba su paciencia, y les dio la bienvenida. Acompañados por los muertos representados por las luces de las lámparas regresamos a casa. Creí ver la sombra de Spare. A fin de cuentas nos movíamos por su barrio. Parecíamos la más bizarra santa compañía.
Servimos una comida a los muertos: La cena luminosa, la velada del fósforo, el triunfo de la luz.
Y habitaron entre nosotros.
Al final del tercer día volví para acompañar a los muertos de vuelta al río. Con el caballo y el buey y todas las ofrendas envueltas en la esterilla de juncos, lejos de apresurarnos entretuvimos a los muertos entre nosotros.
Llegamos a la orilla antes de la noche. Quemamos allí los últimos restos del cáñamo y cuando el fuego se apagó, Arashi san deseó buen retorno a las almas diciendo: " Hasta el año próximo"
Tiró todo al agua, apagó las lamparas y volvimos a casa en silencio y sin mirar atrás.