EL KANJI OLA

Arashi-San se enfrentó a su caligrafía con denuedo, el ideograma OLA unión de PIEL y AGUA, y perdió.
Eligió tinta roja, un pincel de cerdas de hurón y distribuyó el papel de arroz. Sin embargo, a los pocos minutos supo teniéndose por miserable perseguidor y amante que su mano estaba seca. En aquél bosque de la prefectura de Chiba las lagartijas se convirtieron en dragones.
Para pintar el ideograma, Arashi-San que por entonces contaba cuarenta y dos años de edad, debería convertirse en una ola misma.
El artista decidió ocultarse en la hendidura de un árbol. Se hizo con unas cuantas bolas de arroz y se sentó allí dispuesto a transformarse en ola o morir. Cerró su visión al exterior con una maraña de bambú y borró sus huellas con su espada de madera.


Dos mañanas después un agua que vino de dentro le golpeó en mitad de la frente y desdobló su alma enviándola lejos, a una tierra que jamás había visto antes llena de olivos y naranjos. Sus intestinos se desenrollaron sobre el suelo húmedo, su corazón latió con fuerza, su cuerpo se cubrió de una costra de limo. Sus pensamientos como un perro hambriento sin dueño se le comieron las cinco vísceras y bebieron su sangre.
Supo que estaba momificándose en vida como los Budas de los días antiguos o como los ermitaños de la montaña que transitan la vía de los poderes, los Yamabushi. Y allí seguiría ahora, parasitando en la corteza del árbol, funguizado y frío, si no le hubiese despertado la voz del cuclillo, Hototogeji, como un haz de espuma que brotara del tronco. Era su propia voz que le llamaba desde el lado izquierdo de su cabeza. ¿ Como podía él estar allí si su voz le llamaba desde el exterior y tenía plumas ?
-El océano es una mente-se dijo- y la mente una.
Y salió del interior del árbol.

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