LO QUE UN HOMBRE CONOCE

Desde el portal de la pensión hasta el taller del jeque Abdú los vencejos tardaban varios latidos de corazón. Me gustaba contemplar las miniaturas persas de marfil que Abdú guardaba en sus vitrinas. Me fascinaba todo lo tuviera que ver con batallas, jardines estáticos y espadas curvadas. Pero sobre todo era el no poder tocarlas lo que mas excitaba las lenguas que moran en las llemas de los dedos.
Un día, unas palomas dejaron huellas azules en la alfombra de la entrada.-Sé de donde vienen.- Me dijo.-Te llevaré a conocer a un amigo- Cruzamos el ajetreo de siete mercados buscando el origen de las misteriosos polvos azules. Hubo que atravesar 33 callejones velados para llegar a la casa de Qadirí.
Entre paredes encaladas y ventanas verdes se hallaba el taller de Al Asad, el pintor. Y aquél día, para mi fortuna, me enseñó alguno de sus métodos a la hora de preparar los colores:
Para la tinta, la mejor la que extraía del calamar o de la agalla de pescado. El rosa de las cuencas del Tamur y del Sunkosí. El marrón del té y de las excrecencias del hierro. El rojo de la púrpura y el naranja del azafrán. Los verdes nacían de la mezcla de oropímente e índigo. Los azules luminosos del lapislázuli venido de lejanas tierras.


Los antiguos calígrafos persas.-Apuntó.-diluían diferentes clases de añil con aguas de diferentes lluvias, llegando a clasificar doce clases de diferentes azules según la hora de recogida del agua y de su tiempo de sedimentación.-
Yo había oído que muchos acuarelistas apuntaban diferencias en sus trabajos acorde a las mezclas hechas con diferentes aguas.

Cuando volvíamos el jeque me dijo:

-Lo que un hombre conoce bien constituye su preparación para el entendimiento. Si alguien sabe como preparar buen café o como hacer un par de botas, si ves que ama su trabajo o que es impecable a la hora de atarse los cordones de los zapatos, entonces, obsérvale, háblale, que de ese, algo aprenderás. El problema es que que hoy en día casi nadie sabe hacer nada.

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